Sergio Ramírez

Los muchachos que han salido a las calles a dar la cara por Nicaragua, nacieron a partir de los años noventa, o en este mismo siglo, y por lo tanto la revolución que derrocó a Somoza es un hecho ignorado para muchos de ellos, o ha sido distorsionado por la propaganda oficial.

Son los nietos de una revolución lejana o ausente en su memoria, pero la llevan de todas maneras en los genes, porque aquella se hizo también por razones morales, ante el hastío frente a una dictadura familiar que cuando se vio amenazada de muerte no vaciló en recurrir a la represión más cruel. Y al exterminio.

Los jóvenes eran para el somocismo, delincuentes. Cada día aparecían cuerpos torturados y mutilados, o simplemente con un tiro en la cabeza, en la Cuesta del Plomo, una morgue a cielo abierto donde las madres iban en busca de sus hijos desaparecidos. Por eso, el lema que se corea hoy, “¡No eran delincuentes, eran estudiantes!”, viene a resultar familiar, un eco que conecta al pasado de los abuelos con el presente de los nietos.

Por los nietos hablan las paredes, los cartelones, y, habla también el humor desde los memes en las redes sociales. La improvisación ingeniosa se carga de legitimidad.

“Nos quitaron tanto que nos quitaron hasta el miedo”, se lee en una pancarta de papel de estraza. Y en otra: “Nunca había visto tantos valientes sin armas y tantos cobardes armados”.

 

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Otra, pregona con sabiduría: “Cuando se lee poco se dispara mucho”. Una muchacha ha escrito con plumón en su barriga de embarazada: “Que se rinda tu madre, porque la mía no”. Uno que está entre mis favoritos: “Disculpe las molestias, estamos cambiando el país para usted”. Y este que tiene indudable peso histórico “Hay décadas donde nada ocurre, y hay semanas donde ocurren décadas”.

La lejanía, ese vacío a través de las décadas, hace, que los nietos desprecien, o rechacen, no pocos de los símbolos bajo los que pelearon los abuelos, como ha sido el caso de la bandera rojinegra, que de herencia histórica pasó a ser incautada por la secta oficial.

Levantada por Sandino en Las Segovias en su gesta por la soberanía, negro por el luto de la patria agredida, rojo por la sangre derramada, estuvo en las barricadas en la insurrección que dio fin al somocismo.

Y entre una y otra lucha, la que culminó en 1979, y la de ahora, hay una diferencia fundamental: los nietos pelean sin armas de guerra. Son los que han puesto los muertos, en una resistencia cívica sin precedentes, y de esta manera le abren al país la oportunidad del paso de la dictadura a la democracia, sin que medie una guerra civil.

Esa bandera a la que vuelvo, fue malversada. No es extraño entonces que los nietos la adversen, y hasta le prendan fuego, ya que ignoran que se trata de la herencia de un tatarabuelo lejano y difuso, cuya figura también ha sido distorsionada, y la vean solo como una impostura que el nuevo poder familiar ha colocado en lugar de la bandera del país, cuyos colores, azul y blanco, se multiplican en las marchas de protesta, en las fachadas de las casas, en las ventanillas de los vehículos, en pañoletas y cintillos de cabeza, en las mejillas de los jóvenes manifestantes.

Un reclamo así, sin caudillos ni aprendices de caudillos, encabezado por jóvenes lúcidos y transparentes, dichosamente inexpertos en artimañas políticas, es lo que nos dará una nueva Nicaragua. Es la hora de los nietos.

El autor es escritor. Masatepe, mayo 2018.

 

 

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