Ese niño que vivía de casa en casa, posando de un lado a otro ha consumado su sueño. Ese niño que veía como su mamá lo criaba solo junto a sus hermanos tras el abandono de su padre ha cruzado la meta. Ese niño que pelaba en la escuela por defender a su hermano gemelo ha visto como el fruto de sus puños le han dado un legado en este país. Ese niño que quería ser cantante o futbolista encontró en el boxeo la escalera al cielo. Ese niño que cuando creció y fue firmado por su ídolo: Oscar De La Hoya, debutó perdiendo cinco peleas en fila en Estados Unidos y vivió un calvario con la muerte de su hija de siete meses, miró la luz al final del túnel, su estrella en el horizonte. Y cuando nadie creía en él un espíritu inquebrantable lo acompañaba, ese mismo que cargado de hambre, fuego en los puños y sed de venganza consiguió destronar al campeón de las 130 libras: Andrew Cancio, y ganar por nocaut técnico en siete asaltos el título de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB).
Cancio conocido como el Chango, trabajador de una estación de gas, parecía que en el rostro le había estallado un cilindro. La nariz rota, la ceja izquierda partida, cascadas de sangre sobre el cuerpo. Ya no sabía si estaba en el ring o en el purgatorio. Era lógico que tarde o temprano detuvieran el combate. Alvarado sabía que dejarse superar en algo podía ser demasiado y, a partir de sus convicción, elaboró su gesta. Siempre tenía la intensión en cada asalto a llegar a cualquier parte del cuerpo del Chango no importa cómo fuera y, cuando recibía castigo del campeón, parecía no ser un hombre, sino una piedra hecha a martillazos. Su mano derecha por encima de la izquierda de Cancio, sus condiciones físicas con baterías ilimitadas, su coraje para fajarse con un rival que pegaba más que él, quedarse en la corta distancia y saltar a las brasas cuando sentía el olor a sangre. Esa fue la pelea perfecta para un púgil imperfecto, que se sobrepuso a la izquierda que lo tambaleó en el quinto asalto para no repetir lo ocurrido hace cuatro años.
Las posibilidades del Gemelo se basaban en su capacidad de asimilar el golpeo de Cancio. Antes de marcharse a Indio, California le pregunté sobre qué sería lo diferente del combate en el cual fue noqueado cuatro años atrás y con mucha seguridad respondió: “Primero que yo ya no me podía recuperar en 126 libras por eso subí a130 libras, me faltó condición. Y ahora podré mantener un ritmo frenético durante toda la pelea tirando golpes sin pausas porque me entrené con el alma”. Y así fue. Además, de la determinación mostrada desde el primer asalto. El Gemelo impuso su mano derecha y plantó distancia con su jab.
Ese niño cumplió la promesa a su hermano: ser gemelos campeones mundiales. Félix ya lo había conseguido en octubre de 2018. Ahora René lo logró homenajeando los 45 años de la victoria de Alexis Argüello sobre Rubén Olivares. Ahí mismo en California. Una noche para el recuerdo. La noche mágica de Alvarado llena de hambre, fuego y sed.
Cortesía: La Prensa.