¡Por fin estoy asimilando mi envejecimiento!
Estoy empezando a desvanecerme lentamente, pero mi espíritu sigue negándose a que me falten 4 meses para los 86.
Hoy recibí esto: y me pregunto: ¿debería aceptar que me estoy desvaneciendo o debería seguir en el mundo de la curiosidad, descubriendo por qué suceden las cosas y actuando a otro nivel?
“Hay un silencio que llega con los años, y no es solo la ausencia de ruido, sino la suave transición entre lo que fuimos y en lo que nos hemos convertido.
A los 65, empiezas a sentir la sutileza del desapego. La habitación que una vez latía con tus ideas ahora parece llena de voces que ya no te piden tu opinión. No es un rechazo, es el ritmo de la vida. Es entonces cuando aprendemos que nuestra contribución no está en el presente inmediato, sino en las huellas que dejamos en los corazones y las mentes a lo largo del camino; te das cuenta de que el mundo empresarial, antaño tan vital, está en constante cambio. Te sigue, indiferente a lo que hiciste o dejaste de hacer. No es una derrota, es una liberación. Es el momento de mirarte a ti mismo, despojarte del ego y revestirte de serenidad. Ya no se trata de presumir, sino de enseñar, compartir, vivir. El verdadero logro no es lo que presumes, sino lo que inspiras.
A los 70, la sociedad parece olvidarte, pero lo que ocurre es que has alcanzado otro estado de ser. Quizás sea solo una invitación a reevaluar lo que realmente importa. Los jóvenes no te reconocerán por lo que eras, y eso es una bendición disfrazada: ahora puedes ser quien eres. Sin máscaras, sin títulos, solo la esencia. Los viejos amigos, esos que no preguntan “quién eras” sino “¿cómo estás?”, se convierten en joyas preciosas, diamantes que brillan en el ocaso de la vida.
Y luego, a los 80 o 90 años, es la familia la que, con las prisas, se aleja un poco más. Pero ahí es donde la sabiduría nos abraza con fuerza. Entendemos que el amor no es posesión: es libertad. Tus hijos, tus nietos, continúan con sus vidas, igual que tú continuaste con las tuyas. La distancia física no disminuye el afecto, sino que enseña que el verdadero amor es generoso, no exigente.
Cuando la Tierra finalmente nos llama, no hay razón para temer. Es la última danza de un ciclo natural, el cierre de un capítulo escrito con sudor, lágrimas, risas y recuerdos. Pero lo que queda, lo que nunca se borrará del todo, son las huellas que dejamos en las almas que tocamos.
Así que, mientras haya aliento, energía, mientras el corazón lata constantemente, vivamos intensamente. Abraza los encuentros, ríete a carcajadas, disfruta de los placeres simples y complejos de la vida; simplemente, ama. Cultiva tus amistades como quien cuida un jardín. Porque, al final, lo que queda no son los logros, ni los títulos, ni los aplausos. Lo que queda son los lazos, los momentos compartidos, la luz que irradiamos.
Sé luz, sé presencia y tendrás eternidad. Se lo dedico a todos aquellos que comprenden que el tiempo no borra, solo transforma.
*José Luis Ricchetti. Escritor brasileño de “Los caminos del tiempo”*
Cortesía: Roberto Argüello
Colaboración: www.Motivacion.info