¡LO PERDONO TODO!
(Se peleaban mucho. Discutían con todos los ruidos juntos. Ruidos de platos rotos, ruido de promesas incumplidas, ruidos de tiempo perdido y ruidos de no entenderse. Y la vida fue más fácil, cuando un día, junto al Ángel del perdón, se miraron tiernamente y se perdonaron. ¡Qué fáciles que fueron los días después, para ambos! Me los quedé mirando y traté de encontrar situaciones que yo debía perdonar: historias pasadas, injusticias, dolores irresponsables y acciones casi imperdonables. Y supe que el perdón es difícil que a veces se esconde y parece, o es, imposible. Aún así… que lindo, pero que lindo es mirarte: ¡Y que me perdones!)
Es más fácil, la vida es más fácil,
¡Lo perdono todo!
Perdono la envidia, la ira, mentiras, las deudas y ofensas.
A la increíble indiferencia y al abandono.
Las llegadas tardes, la insegura arrogancia,
el tiempo perdido y todos los ruidos.
Palabras no dichas. palabras que hirieron
y algunos discursos que no dicen nada.
Perdono mi historia con lo inconfesable,
la historia de todos, con lo inimaginable.
Perdono el rechazo. Perdono tu miedo,
tu ego. ¡Y todos los míos!
Es fácil, más fácil dejar que la vida
se vaya pasando e ir eligiendo colores.
Colores de amor, de mucha esperanza.
Color de ilusión, colores de alianzas.
Saber que el perdón es difícil, que no quiere verse,
que a veces se esconde y parece imposible.
Perdono tu ausencia y tal vez tu presencia.
Perdono vivencias no hechas.
Y así te perdono y crezco más fuerte
pues, creo que puedo tener el poder de lograrlo.
Quisiera también pedirte perdón sin arrepentirme
y yo perdonarte sin que te arrepientas.
Qué sana es la vida si aún me perdono
y si voy perdonando.
Qué suerte es mirarte,
¡Y que me perdones!
Jorge Rabaso