1857. Miguel Ramírez Goyena. Natalicio

    Miguel Ramírez Goyena
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    2016-12-05T00:00:00-06:00
    2016-12-06T00:00:00-06:00

    5 de Diciembre de 1857.

    Miguel Ramírez Goyena (León, Nicaragua, 5 de diciembre, 1857 – 23 de julio de 1927, ibíd.)
    Fue un científico, botánico y educador nicaragüense, que se destacó en el extranjero y en Nicaragua; dio grandes aportes a la clasificación de la Flora nicaragüense.

    Biografía
    Nació el 5 de diciembre de 1857, no sabiéndose a ciencia cierta, si en León o en San Caralampio, Nandaime, departamento de Oriente. En los archivos de la ciudad de León, no se encontró ni fe de bautismo ni partida de nacimiento de Miguel Ramírez Goyena.

    Desde joven demostró tener intereses eclécticos y formó parte de una comunidad intelectual activa en el país. Además del español su lengua materna, hablaba inglés, francés y alemán.

    En 1859 cuando apenas tenía dos años de edad murió su madre. Dos años más tarde queda huérfano al morir su padre en 1861. Desde entonces tuvo como padres adoptivos a don Leandro Zelaya y doña Dominga Bolaños de Zelaya, miembros sobresalientes de la sociedad granadina de entonces, quienes vivían en Xalteva.

    Y es que el pedagogo Ramírez Goyena fue un sabio para su época. Dos logros significativos realizó en su esfuerzo por implantar la ciencia en Nicaragua, concretamente el estudio de la botánica. En primer lugar, la primera visión global de la flora del país al compilar y sintetizar una buena parte de ella con gran sentimiento de cariño por las manifestaciones endógenas. Y luego: la publicación de los primeros libros sobre la materia con el fin de difundir sus conocimientos entre la juventud, de la que esperaba completase la tarea por él iniciada. Dicha tarea era percibida por su autor, “como un gigantesco reservorio para la farmacología, la medicina tradicional y la medicina rural, e incluso para otros usos terapéuticos o alternativos”, según el chileno Zenovio Saldivia en su monografía, Una aproximación al desarrollo de la ciencia en Nicaragua (2008).

    Igualmente, Ramírez Goyena se destacó por su firmeza ética. Una anécdota la refleja. Tras el hecho trágico de “La gran vía” en Granada –la represión por la Polica de una manifestación antigubernamental–, el profesor de botánica, física y química del Instituto Nacional de Oriente (antiguo Colegio de Granada) fue al telégrafo a poner su irrevocable renuncia al presidente Roberto Sacasa: “No puedo, no debo servir a su gobierno”. Y se trasladó a Costa Rica, donde ya gozaba de fama, pero las inquietudes políticas de sus compatriotas le condujeron al país vecino del norte.

    En Honduras
    Allí, por comisión del gobierno de Honduras, instaló laboratorios de física, química y un observatorio astronómico. “La facilidad de ciencias y lenguas, pues dominaba el inglés, el francés y el alemán –anotaba su biógrafo Alejandro Barberena Pérez–, hablar con firmeza del teléfono sin hilos en esos años, anticipar tiempos lluviosos, traducir textos de los idiomas citados, constituía una situación excepcional. Un hombre poseído de estas bondades intelectuales no podía menos que gozar de la categoría de sabio, y ese calificativo comenzó a dársele a Ramírez Goyena, precisamente fuera de su patria”.

    En la misma Honduras se enamora de una joven de Olancho, la señorita Cecilia Sánchez, con quien contrajo segundas nupcias. Su primera esposa, Felipa Zavala, había fallecido el 13 de septiembre de 1889, tras siete años de matrimonio, habiendo procreado cinco hijos.

    Regreso a Nicaragua
    En 1902 volvió a Nicaragua, instalándose en León, ciudad donde organizó su nueva vida y adoptó como su ayudante a un sobrino: Eduardo Avilés Ramírez. Este contaba siete años y lo seguía a todas partes. Vivían en la Calle Real, cerca de las familias Tijerino y Tellería –recuerda el último–, y en la esquina opuesta a la casa de doña Rosa, tía abuela de Rubén Darío, había lo que en el barrio llamaban La casa quemada, de la cual sólo quedaban los muros exteriores. Y agrega Avilés Ramírez: “El patio, inmenso, estaba cubierto de vegetación salvaje, y es allí, en aquella maraña de arbustos, plantas trepadoras y flores de generación espontánea, donde tío Miguel descubrió el embrión de su gran obra.

    Él y yo pasábamos la mañana y el mediodía en La casa quemada recogiendo plantas que él clasificaba después de meterlas entre las páginas blancas de grandes álbumes, cuidadosamente, casi amorosamente. Como mi tío, el general José Santos Zelaya –que era primo de él y de mi padre– le acordó créditos para continuar su entonces proyectada Flora nicaragüense, organizamos siempre, sólo él y yo, excursiones a Subtiaba y a otros sitios de los alrededores de León. A mí me armó de una caja redonda y ancha de los hombros, y nos íbamos de excursión, buscando plantas y flores, que él metía en la caja con precauciones extremas, como si fueran mariposas disecadas o piedras preciosas. Volvíamos sudando, agobiados de sol, a la hora del almuerzo para recomenzar después de la siesta, que él hacía siempre”.

    La Flora Nicaragüense (1903)
    Esta fue la génesis de La Flora Nicaragüense, acariciada por años, hasta que tuvo el estimulante apoyo del general Zelaya para ser una realidad. “Me decidí por la botánica —explica Ramírez Goyena en su introducción—, al ver que los libros que nos vienen del extranjero, y que han sido adoptados como textos en nuestros centros de enseñanza, podrán ser todo lo perfecto posibles, si cabe, en cuanto a los principios pedagógicos más exigentes, pero carecen de datos concernientes a los productos naturales de los países centroamericanos; de ahí su deficiencia para nosotros como obras de estudios esencialmente prácticas”. Y esta utilidad, aparte de su carácter pionero, hicieron de La Flora… una obra meritoria, reconocida en el extranjero.

    Por ella, aparecida en 1903 gracias al Ministro de Fomento doctor Julián Irías que mandó a imprimirla en los talleres de la Compañía Tipográfica Internacional, Ramírez Goyena acrecentó su fama. Pero sabía que era defectuosa, pese a su esfuerzo titánico para aplicar la clasificación taxonómica de Linneo, o sea de reino, clase, orden, familia, género y especie, resumidos en el concepto de “Reticlaorfatriofees”. Dieciséis años más tarde, un naturalista alemán le escribía que en su libro sobre Orquídeas de Centroamérica había mencionado 57 especies de Nicaragua; en cambio, Ramírez Goyena había descrito 73.

    “La Florita”
    La Flora Nicaragüense se reeditó en dos volúmenes, que sumaban 1,064 páginas: uno en 1909, el otro en 1911: hace cien años. Pero anteriormente había dado a luz tres obras menores: Aritmética elemental (1905), que llegaría a tener seis ediciones y a servir de libro de texto en Honduras y Nicaragua; Eclipse lunar del 14 al 15 de septiembre de 1913, publicado ese mismo año; y Elementos de botánica (1918), es decir, “La Florita”.

    Esta fue dedicada al presidente de la república general Emiliano Chamorro –quien ordenó su edición–, y corrige y aumenta La Flora Nicaragüense, siendo de mucho menor dimensión. Calcada en el esquema de la Botánica Médica de Ludovic James, la proveyó de una tabla dicotómica para la determinación de las especies. Tributo en homenaje al general Chamorro incorporando su nombre a una de las especies por él clasificadas: “la Fandichandia Chamorri”, de la familia de las Malpigiáceas. Así la describió: “…tallos volubles fruticosos, hojas elípticas, pecioladas con pelo esparcido y mucronaditas; racimos en umbela, axilares y terminales; pedicelos bibracteados…”

    Oportunamente, siempre agradecido, le había dedicado el nombre de una planta al general Zelaya, y no se olvidó de consignar el nombre de Darío, nuestro inmortal poeta, en otra especia: la Wigandia Darri (el chichicaste).

    Sus aficiones a la astronomía y la química
    Como se ha visto, Ramírez Goyena era aficionado a la astronomía. También se dedicaba a la química, realizando exámenes de orina, heces, etcétera, que más tarde sus alumnos, entre ellos Porfirio Solórzano y José del Carmen Bengoechea, se consagrarán a ellos profesionalmente. Elevó su conocimiento de cálculos topográficos, dejó trunca una Fauna nicaragüense, apoyada por el presidente Diego Manuel Chamorro; y, además, no reprimió la pluma al abordar temas literarios.

    Al menos escribió con Carlos A. García un juguete cómico en verso (“El escalafón de don Gustavo), escenificado en Granada el 11 de junio de 1891 por la compañía de zarzuela de Paco Alba, y dejó algunas poesías y fábulas convencionales (su bisabuelo había sido un notable fabulista en Guatemala) que uno de sus discípulos, Julio Linares, rescató en folleto Versos de un sabio (1968).

    Al mismo Linares se le debe el siguiente soneto-retrato del maestro que siempre fue Ramírez Goyena:

    Este gran don Miguel mucho me inquieta. / Ninguno en el saber lo sobrepuja. / Para hablarme de letras es un poeta / y en la química usual es una bruja. // Sabio profundo, dedicado esteta, / bajo su noble calva se apretuja / el Arte con la Ciencia, y se arrebuja / la gloria más brillante y más discreta. // Alma sensible y mente vigorosa, / puede hacer una fábula preciosa / como trazar la línea de un coseno. // Por su sana paciencia y su valía / inspira admiración y simpatía / este gran don Miguel, modesto y bueno.

     

    REFERENCIAS:

    1. Miguel Ramírez Goyena (Wikipedia)

     

     

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