Por Leana Astorga*
No se olviden que todos somos Nicaragua. Recobremos nuestra bandera azul y blanca y les prometo que cada mañana de abril yo estaré presente y flotaré sobre los primeros rayos de luz.
Escribo en honor a los héroes que dieron su vida por la libertad de su patria, escrito desde el fondo de mi alma.
Soy Álvaro Manuel Conrado. Solo tenía quince años y sin quererlo me convirtieron en un héroe. Yo quería viajar por el mundo, recorrer los surcos de norte a sur, conocer la nieve, tocar la guitarra en la cima de Machu Picchu, pero me arrebataron la vida antes de tiempo.
Una vil bala rozó mi cuello y poco a poco me fui desangrando. Sentí que me faltaba el aire y en ese momento solo pude recordar las caricias de mamá, los juegos con mis hermanas, los besos de mi abuelita y los consejos de papá.
Papá, no te sientas culpable, recuerdo que una noche antes me dijiste que era peligroso, pero a mis quince años, después de haber estudiado tanto, después de aprender con tanto sacrificio el inglés, y después de soñar con volar, me sentí como un pájaro enjaulado y una fuerza dentro de mí me impulsó a unirme a la lucha. Pensé que más peligroso era quedarme en casa sin hacer nada.
No podía quedarme sin hacer nada, papá, el corazón me lo impedía. Recordé esa frase que de niño me enseñaban en la escuela: “Si pequeña es la patria, uno grande la sueña”. Era de nuestro gran orgullo Rubén Darío y me dije: no solo la voy a soñar grande: voy ayudar para que sea grande y así, sin pensar más, me fui con mis amigos del barrio.
Abuelita, abuelita, no te enojes conmigo, yo pensé que iba a regresar a casa para cantarte una canción y para contarte lo que habíamos logrado los chavalos. No iba a permitir que te quitaran el poco dinerito que con tanto sacrificio ya habías pagado. También me fui por vos, quería que te sintieras orgullosa de mí. Nunca imaginé que no volvería a verte, pero estuviste en mis últimos momentos muy cerquita, con mis hermanas y mi mamá y mi padre. ¡Los amo!
Recuerdo que cuando me desangraba mis amigos intentaban ayudarme, me llevaron a muchos hospitales, pero no me quisieron atender, papá. Mi sangre fluía en el carro mientras mis amigos desesperaban, no sabían qué hacer. Casi sin aliento seguía sin entender cómo un médico se puede negar a salvarme. ¿Acaso eso no va contra su juramento? Pero creo que también tenía miedo.
Pero yo no tuve miedo, papá, nunca lo tuve, hoy puedo volar, fundirme con el azul y el blanco del cielo, como los colores de esa bandera que tanto amé. Pero mi bandera ahora se tiñe de sangre, de la sangre mía y la de mis hermanos.
No se preocupen por mí sino por ustedes, que deben romper las cadenas del yugo.
No tengan más miedo, nosotros somos los que tenemos el poder, el miedo es el aliado de los dictadores, paraliza a los ciudadanos y nos hace esclavos.
No me olviden. Yo no era delincuente: era estudiante. Mi papá les puede enseñar mis notas. Hagan que mi partida repentina e inesperada valga la pena.
No se olviden que todos somos Nicaragua. Recobremos nuestra bandera azul y blanca y les prometo que cada mañana de abril yo estaré presente y flotaré sobre los primeros rayos de luz.
*La autora es nicaragüense, reportera de Telemundo Canal 51, Miami.
Cortesía: La Prensa