El Niño de Belén

Cada año, el corazón cristiano se convierte en campana que repica y eleva su sonido celebrando el nacimiento de Jesús, gran acontecimiento lleno de promesas cumplidas y de verdades que conducen hacia la cima de la liberación, que simboliza la esperanza, la primavera y el renacimiento de los nobles y altos valores del hombre.

Año con año, la familia cristiana corta las más bellas y perfumadas flores de su jardín y las deposita como ofrenda ante el pesebre del niño de Belén, quien hecho hombre y maestro abre senderos y da forma a la armonía y a la perfección, que derriba las murallas para unir los caminos con el puente de la fraternidad, que lleva el pan a la mesa del hambriento, que fertiliza la vida desértica por medio del caudaloso río de la verdad.

Nació en el seno de un hogar sostenido por las dos solidas columnas de su padres; allí, respiró un aire de santidad, de devoción, de fe; un ambiente ideal para el desarrollo de sus extraordinarias facultades espirituales, que sin duda, evolucionaron a medida que crecía en mente y en cuerpo, hasta llegar a la madurez que lo capacitó para endulzar el corazón y los oídos de sus hermanos, a través de sus parábolas poéticas y sabias que pronuncio durante su deslumbrante magisterio.

El niño de Belén aprendió e hizo muchas cosas. Jugó y fue a la escuela. Su padre, el carpintero y justo José le enseñó el oficio de carpintería. Transformó la madera en beneficio de su comunidad, antes de transformar al hombre.

La fuerza de la destrucción que tiene varios rostros, lenguajes y disfraces, quiso cortarle la vida; huyó hacia la tierra milenaria de los faraones y de las pirámides, bajo la custodia de sus padres y bajo la protección del cielo.

Era imposible que desapareciera antes de tiempo, porque venía a cumplir una suprema misión. Venía a sembrar en la conciencia. Apenas se estaba abriendo la puerta por donde entraría el nuevo aire de vida. Apenas estaba brotando la fuente donde beberían las almas sedientas de paz.

Celebremos el nacimiento del niño de Belén con otro nacimiento: el del hombre nuevo en el pesebre del corazón.

Danilo Argüello, Montreal.

 

 

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