CUANDO ENCONTRE A MI MADRE
-¡Otra vez esa anciana! Tiene años haciendo lo mismo, llega desde las ocho, pide dos cafés como si esperará a alguien y siempre se va muy tarde. Dile que ya vamos a cerrar.
Yo observé a la mujer y sentí algo de pena, su mirada triste estaba mirando hacia la ventana. Me acerqué a ella y le hablé con cortesía.
– ¿Disculpe señora, espera usted a alguien?
La mujer volteó y me miró con cierta timidez.
– Disculpe joven, en realidad tenía la esperanza de que él viniera hoy.
– ¿A quién se refiere? Pregunté.
-A mi hijo – respondió con tristeza.
– Lo siento señora – Expresé. Creo que él no vendrá –
– Tienes razón, es que me siento tan sola que deseo a alguien con quien platicar.
Esas palabras me llenaron de sentimiento y comprendí que esa señora estaba igual de solitaria que yo. Mi madre me había abandonado por irse a vivir con un hombre al extranjero, desde entonces vivía sólo, solventado mis gastos para mi alimentación y mis estudios.
– Mire… ya vamos a cerrar, pero por la mañana no tengo nada que hacer, si usted gusta nos tomamos un café. Es que el dueño de aquí es algo especial.
La mujer accedió y se retiró ofreciendo disculpas.
Al otro día, tal y como lo prometí, la señora me esperaba. Como todo un caballero la tomé del brazo y le dije que fuéramos a tomar café a otro sitio, lejos de la mirada curiosa de mi jefe y mis compañeros.
Entramos a un modesto local y pedimos dos cafés.
Ese día conseguí una madre y ella a alguien con quien conversar.
Los seres humanos tenemos necesidades básicas que todos podemos cumplir con un poco de cariño.
El agradecimiento por estar en este mundo, darles amor, compañía… eso tiene que salir del fondo del alma y corazón.
La soledad compartida se hace menos fría, la bondad del ser humano, que NUNCA se pierda. Y usted ¿qué hace por quienes necesitan de una llamada o una mirada de ternura?